sábado, 9 de mayo de 2009

ARTICULO DE CASTRO CONTRA OEA

http://www.diariocolatino.com/es/20090509/internacionales/66639/

Masacre 8 de mayo 1979

8 de mayo, Masacre en la Catedral: 30 años de Impunidad

Por Eduardo Rodríguez

Aproximadamente a las 12:45 PM del martes 8 de mayo de 1979, la primera ráfaga de balas salió del fusil de un policía nacional apostado en el costado nororiente de la Plaza Barrios. Los manifestantes posaron sus vistas en esa dirección hasta que el pito del oficial señaló la orden de disparar de todos los efectivos policiales y los disparos se movieron poco a poco hacia las gradas de Catedral. Allí, quedaban aún una centena de manifestantes del Bloque Popular Revolucionario (BPR) esparcidos entre las gradas de la iglesia y la calle frente a ellas. Los manifestantes exigían la liberación de 5 de sus dirigentes capturados por efectivos del gobierno y a quienes las autoridades negaban tenerlos detenidos.

La protesta pacifica había sido programada originalmente para salir la mañana de ese 8 de mayo desde el Parque Cuscatlán para luego marchar hasta la Catedral de San Salvador, ocupada por miembros del BPR desde las capturas de sus dirigentes en los primeros días de ese mes. El BPR también mantenía ocupadas las embajadas de Costa Rica, Venezuela y Francia como forma de denunciar las capturas y la creciente represión de las antiguas fuerzas de seguridad salvadoreña. El 7 de mayo por la tarde, dichas fuerzas de seguridad montaron un operativo militar alrededor del Parque Cuscatlán para evitar la anunciada manifestación del siguiente día. Horas antes de ese 7 de mayo y durante los actos de celebración del Día del Soldado en San Salvador, el Presidente de la República, General Carlos Humberto Romero, hizo públicas sus advertencias de reprimir las protestas.

Ante el operativo militar en el parque, el BPR decidió la mañana del 8 de mayo la realización de una manifestación alternativa en el centro del municipio de Mejicanos. Aproximadamente a las 10 de la mañana, los manifestantes recorrieron las calles alrededor del mercado y la alcaldía municipal para luego dirigirse al Centro de San Salvador. Tomaron la hoy Avenida Monseñor Romero, y se dirigieron en dirección sur hacia la Catedral metropolitana. Antes del mediodía, la manifestación había conseguido llegar sin contratiempos hasta la Catedral y los participantes ocuparon la calle frente a la entrada principal en la cuadra sur de la iglesia. Los discursos y las presentaciones culturales avivaban el ambiente y por más de una hora, el evento transcurrió pacíficamente hasta que la Policía Nacional ocupó la Plaza Barrios frente a Catedral, que en ese entonces servía como parqueo.

Los policías habían sido apostados en la Plaza en dos grupos de aproximadamente 20 agentes cada uno. El primer grupo policial pasó desapercibido hasta que uno de los oradores del mitin señalo al resto de manifestantes la presencia de dichos agentes. El anuncio causó un poco de conmoción pero los llamados al orden de los dirigentes del BPR en la manifestación contribuyeron a calmar a los activistas y a mantenerse ordenadamente en el acto de protesta. Después de varios minutos, el segundo contingente de policías llegó a bordo de un camión militar y el grupo se bajó en el costado sur de la Plaza, frente al edificio del antiguo Banco Hipotecario. En este grupo arribó también un oficial en uniforme verde olivo, distintivo que lo diferenciaba del resto de policías que portaban su habitual uniforme y su fusil G-3. Desde su entrada a la Plaza actuaron agresivamente y el oficial hizo avanzar a todos los policías hacia el costado norte de la plaza y ubicarse frente a la Catedral apostándose detrás de los vehículos parqueados.

Los manifestantes se desordenaron manteniéndose unos en la calle, otros en la acera de la iglesia, algunos entraron al templo, la mayoría se colocó en las gradas y el resto se dispersó hacia los costados del edificio. El sol alumbraba por completo a esas horas del mediodía y las calles de ese sector del centro capitalino se mantenían con mucha afluencia de empleados, estudiantes y curiosos. Los llamados a mantener la calma se mantenían entre los miembros del BPR pero el movimiento agresivo de los policías sembraba la duda de si actuarían violentamente. Los disparos en el costado oriente de la Plaza despejarían esas dudas y el pito del oficial que ordenaba al fuego iniciaría prácticamente el fusilamiento de los manifestantes desprotegidos en las gradas de Catedral.

Los G-3 de los policías, e incluso los de los guardias nacionales apostados en los balcones del Palacio Nacional en el costado poniente de la Plaza Barrios, enfilarían sus balas criminales hacia las espaldas de los manifestantes cuya única protección fue tirarse al suelo aunque por la posición de las gradas eran un blanco fácil para los tiradores. Las balas empezaron a caer sobre el cemento levantando el polvo de las gradas y de las paredes exteriores de la iglesia. Conforme los fusiles obedecían la orden del pito del oficial, las balas trasladaban la muerte desde los costados hacia las gradas. Allí, varias decenas de manifestantes se apretujaban unos encima de otros tratando de entrar al recinto por la única puerta abierta del portón principal. Las balas abrían hoyos en la baranda de hierro que cercaba el templo. El polvo del cemento se levantaba más y se levantaba una humareda de las gradas.

La maza de los manifestantes en las gradas se mantenía sin poder entrar a la Catedral. Unos encima de otros, paralizados por el apretujamiento y por el miedo, los jóvenes en su mayoría no podían escapar del fusilamiento. La única puerta abierta del portón era inadecuada para permitir la entrada en grupo que lograra poner a salvo a la mayoría. Desde dentro de la iglesia varios de los miembros del BPR trataban de jalar hacia la seguridad del recinto a sus compañeros. Los parlantes de la iglesia denunciaban la masacre en voces de sus ocupantes. Las detonaciones de tantos fusiles, los gritos de los manifestantes y los impactos de las balas creaban un interminable concierto de violencia, miedo y muerte.

Los fusiles de la Policía Nacional no dejaban de disparar y las balas comenzaron a impactar en los manifestantes. Los heridos se levantaban y en medio de las balas saltaban sobre las espaldas de sus compañeros. Otros se desangraban debajo o arriba de los otros cuerpos sin poder alcanzar su salvación. Los que habían quedado aislados en las gradas morían inmediatamente. Los de adentro de la iglesia continuaban jalando a sus compañeros. En pleno centro de San Salvador, a pleno medio día y en el principal templo religioso del país, la intolerancia y el irrespeto a la vida humana del gobierno y de sus fuerzas policiales asesinaba jóvenes, campesinos, estudiantes y transeúntes.

Norma Sofía Valencia, una joven de 20 años moría asesinada en las gradas al igual que Ramiro Mejía, quien moría junto a sus habilidades de boxeador abatido por la balas de los policías. A Luz Dilia Arévalo, organizadora de las vendedoras de los mercados, la penetraba una bala de G-3 por su vagina y más tarde moriría en el interior de la iglesia, desangrada y sin posibilidad de atención médica por el cerco que la Policía y luego el ejército salvadoreño mantuvo por más de 6 horas alrededor de Catedral. Las marcas de sangre de los heridos quedaban pintadas en el suelo del templo al ser arrastrados sus cuerpos por alejarlos de la línea de fuego. Los más jóvenes caían en shock, había gritos por toda la iglesia y los llantos no cesaban. Los disparos tampoco cesaban y los minutos se hacían largos en las vidas de los que estaban siendo masacrados.

Cuando las balas cesaron después de la masacre y la mayoría de los manifestantes habían logrado entrar o habían sido ayudados a entrar, el reloj de ese nefasto día marcaba más de la 1 de la tarde. Afuera, los cuerpos en diferentes posiciones de unos 7 miembros del BPR quedaron tendidos en las gradas. Delmy Victoria Rodríguez yacía entre esos cuerpos, sus estudios de medicina en la Universidad Nacional deshechos por las balas. Las vidas de los estudiantes universitarios de la UCA José Fidel Castro y José Roberto Sarmiento también terminaban bajo la represión militar. Transeúntes en la Plaza Barrios yacían en el pavimento, sus cuerpos fueron luego removidos por la policía antes de levantar el cerco militar. Los cuerpos de los muertos tenían pequeñas entradas de balas atrás, pero inmensas grietas en sus pechos, prueba de que los policías al disparar le disparaban a las espaldas de los manifestantes.

En el interior de Catedral se desangraban los heridos. Los llantos de estos, sus rezos y sus gritos de auxilio se diluían conforme pasaban las horas. La policía y el ejército respondían con más balas hacia la catedral. Cada cierto tiempo se escuchaba el pito del oficial y los fusiles comenzaban a sonar, las tanquetas que luego llegaron también disparaban sus balas de grueso calibre contra la iglesia como manera de mantener atemorizados a los del BPR. De nada sirvieron los llamados hechos en los altavoces para que dejaran entrar las ambulancias. A eso de las 7PM entro el primer grupo de delegados de la Cruz Roja Salvadoreña, habían esperado más de 5 horas para lograr el permiso de las autoridades. Los heridos graves que habrían podido salvarse habían ya fallecido. El ejército no permitiría por una hora más la evacuación de heridos y solo en pequeños grupos y después de ser inspeccionados por oficiales quienes se burlaban de ellos diciéndoles que sus propios compañeros lo habían hecho. Los oficiales tampoco permitieron la recuperación de los cuerpos en las gradas.

Al final del día, había alrededor de 25 muertos cuyos cuerpos fueron recuperados, algunos de ellos yacen en el Cuadrante Mansferrer del Cementerio General. Al día siguiente y al retirar el cerco militar, las primeras personas que llegaron hasta la Catedral se encontraron con los cuerpos en las gradas. Los periodistas internacionales tomarían fotos que en portadas de revistas como Newsweek darían la vuelta al mundo. En El Salvador se iniciaba uno de los capítulos más sangrientos y represivos de la historia del país y se gestaban los siguientes doce años de guerra que terminarían hasta la firma de los Acuerdos de Paz en 1992. La Comisión de la Verdad de la ONU, producto de esos Acuerdos, investigaría las violaciones a los derechos humanos a partir de 1980, dejando de lado la masacre de Catedral. La masacre no se rememora, no aparece en publicaciones alusivas al conflicto y parece ser un evento perdido más de la memoria histórica de El Salvador. Después de 30 años en este 8 de mayo de 2009, los responsables siguen impunes, los masacrados y sus familias siguen sin justicia, y la memoria colectiva amnésica.